Las ficciones son tan antiguas como el miedo y muy anteriores a la literatura de muchos pueblos. Campana no es una excepción y la Casa de los Costa ocupa un lugar importante en cuanto a historias, relatos fantásticos, misterios que aparecen y hacen entretenida la vida de los niños, y de muchos adultos.
Pocas ciudades del País tienen el privilegio de tener varios lugares y hechos misteriosos. Pero Campana contó durante décadas con lugares fantásticos que atrajeron la curiosidad y las fantasías de los pibes: allí estaba la vetusta Casa de los Costa; la mansión de las hermanas Del Pino, el chalet Viale, la casa del "Boclu", los Túmulos del Tajiber, los cementerios indios anteriores a la Colonia, y las fogatas que se encendían en lo profundo de esos inmensos bosques, los cuatro relojes de la torre de la Municipalidad que marcaban distintas horas, los pitos de las fábricas que pitaban a destiempo, los tremendos martillazos que hombres fabulosos desataban en las noches sobre hierros y se escuchaban del otro lado de la vía, o el ahora redescubierto "Ojo" de Río Lujan construido por extraterrestres. Las abuelas, los tíos solteros, y los padres tenían bastante material para relatar durante décadas cuentos fantásticos a los niños.
Mi tío y padrino Raúl Torres, un solterón empedernido, con cero sustento histórico, venía hasta el borde de mi cama infantil a contarme sobre las incursiones de los mazorqueros de Rosas sobre la Casa de los Costa, y las huidas de Sarmiento, el amigo de los Costa, por túneles que tenía la Casa hacia el rio Paraná, las fastuosas cenas y bailes que se realizaban en los salones de esa casa emplazada en esa "tremenda" barranca, las reuniones secretas que ocurrían en esos salones para conspirar contra distintos tiranos que dominaban estas Pampas.
Mi Jefe en los Scouts, Luis Cesar Villarruel ponía mucho énfasis en señalar la presencia de una red de túneles de escape que permitían huir de asesinas presencias intempestivas. Y recordaba por qué a la barranca de la calle Colón, que partía las dos propiedades de la familia Costa, se la llamaba "La Bajada del Tigre": una noche cuando cruzaba el puente que unía las dos casas de la Barranca una "hija" de Costa había quedado aterrada con la presencia de un "tigre", que como Shere Kan, el tigre tuerto y cojo de Rudyard Kipling, asolaba la ciudad.
Pero había algo que ahora de adulto reflexiono y es una deuda de esa infancia cargada de fantasías: en ese mundo que era creíble, cotidiano, faltaba que sucediera un solo hecho increíble: un fantasma. La Casa de los Costa no tenía fantasma, entonces no era temeraria, e invitaba a aventurarse en sus misteriosos salones. Así fue!, muchos de nosotros, aquellos niños de los 60 y 70s, teníamos libre acceso a la Casa (nada ni nadie prohibía que cualquiera accediera a ese lugar histórico y fantástico) y yo mismo con amigos del barrio, incursionamos en una puertita oculta entre madreselvas al pié de la casa que daba acceso a un sótano o una cava: juro que allí en esos "tremendos túneles" encontré una moneda del Siglo XIX que llevé como amuleto durante muchos años. La Casa era un lugar que los niños, y muchos adultos, recorríamos sin temor y sin límites; (¿qué tan bueno era esto en cuanto a preservación del Patrimonio?).
Luego vino un tiempo en que, siendo propiedad privada, se decidió darle alguna utilidad social a la Casa de los Costa. Entonces funcionó el Club "Cometarsa" y en un salón se instaló una pista de "Scalextric" que eran autitos eléctricos que estaban de moda en los 70s, el Martillero Dallera ("el Flaco") con mi padre "Tofo" Torres tenían pistas que funcionaron allí, luego el Club se trasladó a la esquina de España (De Dominicis) y Castilla, también había pistas en el Campana Boat Club, y en el Balneario Municipal. En otros salones de la Casa de los Costa había billargol, metegol, sapo, y ping pong, y un bar. Los viernes a la noche se apagaban las luces del salón, y se encendían las luces de la pista (10m x 5m) y se corrían "carreras nocturnas" de fabulosos autitos "tuneados" por sus dueños, recuerdo al "piloto" José Parapar en esas pistas. Por alguna razón desconocida, quizás al estado de los baños (que eran centenarios), el club se trasladó, y al tiempo la casa fue cedida al "Batallón Sanmartiniano" una linda Institución con prácticas parecidas a los "Scouts" que dirigieron los hermanos Aviglia y su esposa Silvia Álvarez, ¡Qué lugar fantástico tenían para hacer actividades! (los scouts les teníamos envidia!), pero también se tuvieron que ir de allí por el progresivo y peligroso deterioro de ese lugar histórico.
Y luego vino el abandono total…
La Casa de los Costa, sobre esas barrancas que todavía no valorizamos, ese "Palacio Criollo" de nuestras fantasías, ocupó un lugar importante en las aventuras reales y ficticias de muchos niños campanenses. Solo esto es un motivo más para seguir bregando por la preservación de los valores de una sociedad, pues aunque el bien no permanezca, tiene justificada su trascendencia. Quiera Dios que en un futuro no lejano, la tecnología y el individualismo no lo abarquen todo, y los Abuelos, los Tíos solteros, los Padres vuelvan a relatarles a los niños historias fantásticas, que alienten sus mentes ávidas, el dormido asombro, y la necesidad de cierto abnegado heroísmo y valentía que tanto faltan en nuestros días.
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